lunes, 21 de enero de 2013

Aquí dentro todo sigue igual de desordenado que la última vez.


Y se pasa otra tarde de mi vida tan vacía como mis ganas de seguir en esta ciudad. Es terrible lo que un puñado de años pueden cambiar tu vida, lo que un puñado de años pueden cambiar tu forma de ver el mundo.

El tiempo solo son millones y millones de segundos que pasan y ni si quiera somos conscientes de  ellos. Todo es tan rápido... La gente no se para por el tiempo aunque lo tengan pegado al culo.
Pero cuando empiezas a ser consciente de cada “tic tac” del reloj, de repente todo gira en torno a ti, despacio. Tan despacio, que comienzas a percibir pequeños detalles; un lunar nuevo en la mano derecha, ese pequeño hueco en la pared, las gotas que hay en la ventana tras haber llovido durante 23 minutos seguidos, la risa del vecino de arriba, la esquina doblada de la hoja de tu libro favorito, el sonido de los coches en la calle, la forma que tienen de desprenderse las hojas de los árboles, parece que vayan danzando hasta llegar al suelo, ¿verdad?

Es como si cada segundo me consumiese, siento que me ahogaran. Tengo demasiado tiempo para nadie.
Y de pronto vuelven a visitarte los fantasmas que creía muertos y me dan de golpe en la cara sin piedad, apoderándose de mi débil cabecita. Y me pongo aquí, a escribir sobre esos fantasmas que ya ni si quiera sé si conozco.
Ya no hay tardes de verano tirados al sol. Solo hace frío, aunque, supongo que Enero tendrá que ver en esto.


Aquí dentro todo sigue igual de desordenado que la última vez.








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