El aire mecía las flores y mi pelo, tratándose de llevar los motivos de la indiferencia para vernos llorar. Ni un suspiro, ni un gesto, ni un pésame. Un poco de lluvia perezosa y helada comenzó a resbalar por mis pestañas, y se llevó, casi sin darnos cuenta, todas las tardes de verano. Se fueron los besos y los viernes también. El dolor se hizo intenso aquí, cerca del pecho. Lo presioné con la mano húmeda y asentí, pero no pude evitar que pasara. Como se abandonan los juguetes viejos e incluso los sueños. Agotó la última gota de mi pobre salud mental y estremeció hasta la entraña más oculta de aquel lugar. Enterneció cada ángulo, comisura y recodo, convirtió las noches más efímeras en torturas espaciales y jamás propició una pizca de piedad. Como siempre sin avisar, volvió. Taciturno y pausado, tan demente y perturbado... que olvidé lo que era vivir sin él.
Me encanta cómo escribes! Gracias por seguirme, también te sigo:)
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