De repente me descubrí removiendo en un viejo cajón que suponía olvidado. Encontré olores húmedos, salados, antiguos, mojados, edulcorados e incluso algunos hirvientes. Debajo de todos ellos un par de abrazos que se debieron extraviar aquella noche de hace un par de inviernos. Encima del desfallecido gesto descansaban como mínimo un centenar de lágrimas, antiguas compañeras de viaje. Continué la expedición cruzándome con besos de verano, besos de espalda, de calor, de lluvia y de despedidas a la vez que un pequeño tarro de saliva destinada a unas cuantas palabras de anhelo, de recuerdo, de decir te quiero, de ganas, de echar de menos. Y entonces comprendí que mi descuidado y abandonado cajón no era otra cosa que un vertedero de todos los instantes de los que alguna vez huí. Entristecí tanto por la muerte de todos ellos...
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